536FB81A-4B75-4A5A-85FE-3BA472C5C65A

Me declaro culpable

Ya son cinco años soplando velas en España. Cinco años en los que ni mi mamá ni mi hermana me despiertan cantando las mañanitas. Cinco años desde que tomé las riendas de mi vida y me alejé de casa, para tener la oportunidad de construir mi propio hogar.
 
Si pudiera hacerme un regalo por mi cumpleaños, sería la capacidad de cambiar mis pensamientos. Reconozco, que éstos se han ido moldeando a todo lo que se me va presentando en la vida, desde el momento en el que dejé Mérida.
 
Me declaro culpable de haber siempre querido vivir en una casa de 15×30 mts, con jardín para colocar dos porterías y ver jugar fútbol a los niños, con piscina y estacionamiento para 4 vehículos aunque solo tuviera uno. Admito que la vida te arrastra y que comienzas a querer tener lo mismo que tus amigas tienen. Y esto me pasó con mucha frecuencia.
 
Pero cuando llegué a España, en mi soledad, donde no tenía a nadie que me dijera que lo estaba haciendo bien o mal, ahí me di cuenta que en un espacio de 3×3, pequeñito, donde apenas entraban mis cosas, era feliz.
 
Me di cuenta que en la vida no se necesita más que el lugar en el que te sientes libre y donde puedes escuchar tus propios pensamientos. Y son esos mismos pensamientos los que infinitas veces, si te descuidas, te destruyen.
 
Muchas personas me dicen que Madrid me hace bien y que me ven muy feliz. No voy a negar que muchas veces lucho contra mi cabeza para hacerme entender que estoy bien, que vivo cosas lindas y envidiables y, que estar lejos de la familia es un sacrificio que seguro tendrá alguna recompensa, aunque los días malos sean inevitables.
 
El disco más vendido de Shakira tiene una canción que se llama precisamente así, «inevitable» y en uno de sus versos, se resume a la perfección lo que se vive cuando estás lejos de casa: «La verdad es que también lloro una vez al mes sobre todo cuando hay frío».
 
Y lloro.Lloro mucho. Y al menos una vez alguien tiene que recordarme que la felicidad está en el camino y no en el resultado. Al menos una vez al mes alguien me tiene que ayudar a salir de la cama y recordarme que la vida es maravillosa por todo lo que tengo y no por lo que me hace falta.
 
Dicen que las personas no cambian y que no hay que intentar cambiar a nadie. Pero yo hoy, en vísperas de mi cumpleaños, me regalo ese gran poder. El de cambiar mis pensamientos. El de convertir esa cortina negra que a veces me abruma en un abanico de posibilidades.
 
Me regalo la tranquilidad de poder disfrutar el camino, porque sé que a lo lejos, mientras yo los extraño, ellos se alegran con cada ladrillo que con tanto esfuerzo le pongo a mi castillo.
 
No sé si será grande o pequeñito, pero de lo que estoy convencida, es que en la página final del libro de mi vida, justo en la última línea se leerá algo así como: «Esta niña, no se rindió nunca».
 

611491A4-6C9C-4B6C-B72E-67FDC483DA02

El lugar que me devuelve la vida

Si tuviera que hacer un resumen de mis años en España, el 2020 sería, tal vez, el más importante. El de la culminación de un largo maratón para la ansiada nacionalidad. Cinco largos años, de trámites, demandas y pago de tasas para tener un nuevo pasaporte, ahora, uno de color rojo. Uno diferente al mío, que me permita nunca más regresar a las oficinas de extranjería, donde me dejé lágrimas y media vida. Como dicen en España ¡Ha sido todo un parto!


Viajé a Mérida en estos días por motivos familiares, en una de esas escapadas express que aunque te recargan de energía, siempre te hacen falta más horas con la gente que amas. Y, cada vez se me va haciendo costumbre regresar a los lugares donde por tanto tiempo he sido feliz. Mi primera parada obligada siempre es el Salvador Alvarado. Disfruté correr mis 5 kms diarios en una remodelada pista y en un estadio que cada día encuentro más bonito. 


Por supuesto que visité el Gimnasio Polifuncional. Ahí está parte de mi sudor y de mi esfuerzo cuando practiqué por tantos años Gimnasia Rítmica. Estoy segura que ese deporte me dio la resistencia necesaria para afrontar los problemas de la vida. Me visualicé lanzando pelotas y cuerdas por los aires una vez más. Abracé con fuerza a Rocío, la secretaría, mientras me venían a la mente infinitos recuerdos de mi niñez siendo deportista. 


Como cada vez que vuelvo a Mérida, fui al Iturralde a ver a mis Venados y saludé a cada uno de mis compañeros de la prensa, con los que compartí algo más que deporte y los que siempre me han motivado a seguir cumpliendo metas lejos de casa. No importa cuantos estadios haya visitado en estos años, ni los grandes futbolistas que he tenido la oportunidad de ver jugar, la ilusión por el ascenso de mi equipo la mantengo intacta. 

Un amigo yucateco me preguntó qué tan española me siento después de casi cinco años viviendo en Madrid. Mi respuesta fue -10. Por el contrario, vivir en otro país me ha hecho sentirme cada día más mexicana.

Sin duda, España me ha dado más de lo que pude imaginar y aunque mi agradecimiento es infinito, sigo creyendo que es una tierra que no me pertenece, a la que le debo mucho, pero que no es la mía. 

Parece un poco fuera de la realidad, pero estar unos días en Mérida y luego volver a España es cada vez más difícil. Se puede pensar que con el paso de los años se añora menos, pero es todo lo contrario. Conforme más pasa el tiempo, estar lejos de casa duele más.


Y aquí voy una vez más de regreso, repleta de voluntad, con ganas de entrevistar a gente más importante cada vez y con una inmensa emoción por contar historias que toquen cada válvula de sus corazones. ¿Cuál es el precio de los sueños? Me lo sigo preguntando todos los días. Mi cuerpo regresa una vez más a Madrid aunque el alma y la mente se me queden anclados en el único lugar que me devuelve la vida, mi Mérida.

9E24C085-66F4-43B3-A3BD-38296421E216 (1)

Mis primeros cuatro años en España

 

 

Han pasado 1460 días desde aquella tarde en la que dejé México y me subí a un avión que me trajo a un destino totalmente desconocido para mí.
 
Recuerdo que muchas de mis compañeras de colegio pasaban un año en Estados Unidos para perfeccionar el inglés y toda la vida quise ser yo la que cambiaba de residencia. Me hubiera encantado vivir en un lugar diferente.
 
Intenté estudiar en una universidad fuera de Mérida y también intenté hacer un intercambio cuando ya estaba estudiando la carrera y la verdad es que por alguna u otra cosa, nunca se pudo.
 
Mi madre tampoco tenía las posibilidades económicas para mantenerme en otro país. Somos dos hijas y la ley de la igualdad de los hermanos dice que si uno tiene derecho a algo el otro también. Esa ley yo la comprendí bien desde pequeña y por esa razón nunca quise endeudar a la familia con mi deseo.
 
Por eso nació mi idea de hacer el máster en periodismo deportivo. Había estudiado por cinco años una carrera (derecho) que aunque me gustaba no me generaba una mínima emoción. Mi pasión por transmitir y contar historias y el gran amor que le tengo al deporte, provocaron que quisiera dar un salto hacia aquello que me hacía sentirme viva.
 
No tenía la certeza de que iba a funcionar. En realidad no la tengo ni ahora. Pero si no apostaba todo por ese sueño, jamás iba a saber si al final de las páginas del libro de mi vida logré lo que tanto quise.
 
Hice las pruebas para estudiar en Marca (un periódico deportivo español) y recuerdo perfectamente que estaba en el estadio de béisbol de Yucatán, durante el mes de mayo, haciendo un recorrido con mis compañeros de la prensa cuando recibí la llamada que cambió mi vida.
 
«Queremos informarle que la hemos aceptado para estudiar el máster en Periodismo Deportivo en Marca. ¡Felicidades! estás dentro. En breve le enviaremos por escrito su carta de admisión, estaremos muy contentos de saludarla en el mes de octubre».
 
 
Increíble. Aún recuerdo la sensación y me siguen recorriendo los nervios por todo el cuerpo. No daba crédito de lo que estaba por sucederme. No pensaba que España me iba dar más de lo que pude imaginar. Después de atravesar por uno de los episodios más complicados de mi vida, decidí que esa oportunidad era para mi y que esta vez no la iba a desperdiciar por ningún motivo.
 
Bien dicen que Madrid es la ciudad sin mar con mayor número de náufragos. Así fue como naufragué un 12 de octubre de 2015. Sin conocer a absolutamente nadie y con dos maletas aunque no repletas de ilusiones, como todo mundo dice.
 
Mis maletas venían cargadas de unas ganas inmensas de demostrarme a mí misma que era capaz de enfrentar la vida por mi propia cuenta. Entendí que mi valor no se encontraba en mi currículum, sino en todas las cualidades que quería enseñarle al mundo.
 
Durante estos cuatro años viviendo lejos de casa, me he querido rendir más veces de las que puedo recordar y siempre han habido manos, palabras y personas que me no me han permitido hacerlo.
 
He aprendido que quienes dejamos nuestro país buscamos el éxito pero no nos damos cuenta que lo experimentamos todos los días, sólo por el hecho de ser capaces de vivir en dos lugares al mismo tiempo, de tener el cuerpo en un sitio y el corazón y el alma en otro.
 
Pero hoy, Madrid, festejo nuestro cuarto aniversario. Se han ido muchos pero también ha llegado gente que se queda para siempre. Cuatro años vividos que me permiten recomendar al mundo a empezar de cero una y otra vez, las veces que sean necesarias. A veces tardamos en comprender que a la cima se puede llegar muy rápido pero es en el camino en donde se encuentra el desafío.
 
Mi cuerpo vive en Madrid, pero mis pensamientos trabajan siempre con siete horas de retraso para coincidir con el horario de Mérida. Esa ciudad anclada en el tiempo de la que extraño absolutamente todo. La misma que en nuestros reencuentros me da las fuerzas necesarias para seguir celebrando aniversarios en España.
 
IMG_7805

Cuando tuve una relación con el running

Siempre he creído que al running llegas por dos motivos principales. El primero, por querer verte bien físicamente. El segundo, por una fuerte depresión combinado con un deseo de correr para olvidar. Este último, fue mi caso.

Hace unos cuantos años, sentía que se me acababa el mundo. Y, encontré en el atletismo, el mejor escape para todos los problemas que tenía en aquel entonces. Correr comenzaba a ser la droga que estaba de moda. Las carreras de los domingos estaban a reventar y además era una excelente oportunidad para hacer nuevos amigos, la recomendación más grande que puedo darte para cuando quieres bajarte de la vida.

Lo primero que hice fue inscribirme a un equipo, el de Fernando Saavedra. Tenías la opción de entrenar muy temprano por la mañana o por la noche. La realidad es que en Mérida (México), hace demasiado calor y despertamos muy pronto, a diferencia de lo que sucede en Europa.

Si el entrenamiento era por la mañana, intentaba estar antes de las 6:00 am en el estadio Salvador Alvarado para que el sol no pegara tan fuerte. Y, si era por las noches el horario en el que se reunía todo el equipo era a las 8:00 pm.

Pasaban los días y yo cada vez me veía más inmersa en ese mundo. Recuerdo bien que durante esos meses, mis compras favoritas eran tennis, mallas, calcetas compresoras y un reloj que midiera la velocidad y los kilómetros que hacía cada día.

Creo que debo haber preocupado demasiado a mi madre con mi nueva afición, porque muchas veces la vi sentada en las gradas mirándome atentamente mientras le daba infinitas vuelvas a la pista de ese estadio. Ahora me cuenta que sólo estaba esperando el momento en el que me iba a tener que llevar al hospital cuando callera desmayada. Afortunadamente, eso nunca sucedió.

Pero el running fue la única pastilla natural que encontré para poder dormir todos los días. Llegaba tan cansada a casa por los entrenamientos, los fondos, los ejercicios de resistencia y de velocidad, que no había tiempo para pensar.

No siempre fue fácil. Tengo que confesar que hubo muchas veces en las que mi alarma sonaba por las mañanas y deseaba que Kiki, no despertara.  Jamás pasó. Siempre tienes que tratar de hacer ejercicio con alguien que tenga mucho más fuerza de voluntad que tú. Así es mi amiga Kiki. Y, fue ella la que por muchos meses tiró de mí. Hasta que un día nos vimos haciendo un fondo de 18 kilómetros. En ese momento comprendí que mi mente era capaz de hacer cualquier cosa.

Siempre he creído que el deporte tiene un poder sanador. Al menos a mí, siempre me ha resucitado. Cuando llegué a Madrid dejé a un lado el atletismo. Lo intenté varias veces pero las condiciones del clima y la falta de una Kiki que me motivara, hicieron que olvidara lo bien que me hacía correr.

Y, fue hasta el 31 de diciembre, tres años después, en la tradicional carrera San Silvestre Vallecana de Madrid, que me reencontré con el sonido de mis pasos. Corrí 10 km con muchísimo frío. Vi gente apoyando durante todo el recorrido y volví a sentir la emoción de cruzar una meta.

Son placeres, pequeñitos, que sólo experimentas cuando el deporte se vuelve protagonista en tu vida. Si me permites una recomendación, vuélvete runner. Desgasta tennis, investiga si tu pisada es supinadora o pronadora, invierte tu dinero en inscripciones de carreras, ten nuevos amigos con los que compartas la misma pasión y corre, no pares de correr. Estarás frente al primer paso para sentirte libre, y eso, vale cualquier esfuerzo.

IMG_7078

Buscando visa para un sueño

 

¿Qué es lo siguiente por hacer? Me preguntó Alex Torre, periodista yucateco, en una entrevista que me hizo cuando estuve en Sipse Deportes durante mi última visita en Mérida.

El Mundial… Recuerdo haber respondido sin dudas. Con la seguridad que se tiene cuando sabes lo que deseas.

Pero una historia no es historia sin un poco de estrés. Y, desde el momento en el que estar en el mundial cruzó por mi cabeza, hasta que subí al avión que me llevaría a una de las mejores experiencias de mi vida, pasaron muchas cosas.

La más importante, que cuando llegué a Madrid después de recargar baterías en casa (Yucatán), me llegó una notificación en la que por alguna razón me negaban el visado para estar en España. Por supuesto, esto no es algo que publicas. No es algo que compartes en tus redes sociales. Son exactamente esos momentos en los que te detienes a pensar que tus problemas son tuyos y que tienes que resolverlos como sea.

Soy abogada de profesión y, a pesar de haber pasado cinco años por la facultad de Derecho prometí nunca retomar esos libros. No es que terminara odiando la carrera, pero estaba convencida de que mi vocación no iba por ahí.

Una vez mi abuelo, que aún no me perdona haber colgado el título, me dijo que alguien necesitaría tanto de mí que resolvería un caso importante. Recordé sus palabras y pensé que no había nadie más importante para mí que yo misma. 

Me preparé un recurso de reposición contra la resolución del gobierno español. Había pocas posibilidades pero muchos deseos de ganar. Durante ese tiempo, perdí un vuelo a Escocia. Fer, mi hermana en este viaje y yo habíamos decidido celebrar mi cumpleaños fuera. Pero a veces los planes no resultan. Con vuelos comprados y hospedajes pagados y con un visado negado me era imposible salir del país.

Creo que mi madre y mi abuelo rezan demasiado por mí, bueno no lo creo, estoy convencida. Después de un mes y medio de espera recibí una carta con el “resuelto favorable” más feliz de mi vida. Había ganado una demanda en un país que ni siquiera es el mío y en el que las leyes funcionan muy distinto. 

Me cuestioné infinitas veces si mi lugar estaba en España, si tal vez estaba aferrándome demasiado a un país que me decía “no” una y otra vez. Pero haber ganado ese juicio me hizo entender que éste es el lugar al que pertenezco, al menos ahora.

Todo era posible hasta este momento. Podía entrar y salir de España una vez más. No había razón alguna para no plantearme en la cabeza estar en el Mundial.

Faltaba solo un mes para el evento deportivo en el que cualquier persona del mundo desea estar al menos una vez. La vida es como el amor, cuando algo o alguien es para ti, termina encontrando la forma de suceder.

Llegué a Moscú un domingo 10 de junio de 2018 a las 18:00 horas. Probablemente, estaba aterrizando a uno de los viajes más importantes de mi vida. 

En algunas ocasiones, las cosas salen mejor a lo que te imaginaste tantas veces en la cabeza. Rusia para mí es el principio de todo. Son sueños cumplidos, risas, lágrimas, despedidas eternas, pero sobre todo momentos. Momentos que sólo puedes experimentar cuando dejas atrás los miedos y te decides a vivir. 

Mis días en el mundial fueron un regalo y los atesoro como una de las historias que a veces no salen a la luz pero que las recuerdas con inmenso cariño toda tu vida.

 

Por: Paola Herrera Rodríguez