Han pasado 1460 días desde aquella tarde en la que dejé México y me subí a un avión que me trajo a un destino totalmente desconocido para mí.
Recuerdo que muchas de mis compañeras de colegio pasaban un año en Estados Unidos para perfeccionar el inglés y toda la vida quise ser yo la que cambiaba de residencia. Me hubiera encantado vivir en un lugar diferente.
Intenté estudiar en una universidad fuera de Mérida y también intenté hacer un intercambio cuando ya estaba estudiando la carrera y la verdad es que por alguna u otra cosa, nunca se pudo.
Mi madre tampoco tenía las posibilidades económicas para mantenerme en otro país. Somos dos hijas y la ley de la igualdad de los hermanos dice que si uno tiene derecho a algo el otro también. Esa ley yo la comprendí bien desde pequeña y por esa razón nunca quise endeudar a la familia con mi deseo.
Por eso nació mi idea de hacer el máster en periodismo deportivo. Había estudiado por cinco años una carrera (derecho) que aunque me gustaba no me generaba una mínima emoción. Mi pasión por transmitir y contar historias y el gran amor que le tengo al deporte, provocaron que quisiera dar un salto hacia aquello que me hacía sentirme viva.
No tenía la certeza de que iba a funcionar. En realidad no la tengo ni ahora. Pero si no apostaba todo por ese sueño, jamás iba a saber si al final de las páginas del libro de mi vida logré lo que tanto quise.
Hice las pruebas para estudiar en Marca (un periódico deportivo español) y recuerdo perfectamente que estaba en el estadio de béisbol de Yucatán, durante el mes de mayo, haciendo un recorrido con mis compañeros de la prensa cuando recibí la llamada que cambió mi vida.
«Queremos informarle que la hemos aceptado para estudiar el máster en Periodismo Deportivo en Marca. ¡Felicidades! estás dentro. En breve le enviaremos por escrito su carta de admisión, estaremos muy contentos de saludarla en el mes de octubre».

Increíble. Aún recuerdo la sensación y me siguen recorriendo los nervios por todo el cuerpo. No daba crédito de lo que estaba por sucederme. No pensaba que España me iba dar más de lo que pude imaginar. Después de atravesar por uno de los episodios más complicados de mi vida, decidí que esa oportunidad era para mi y que esta vez no la iba a desperdiciar por ningún motivo.
Bien dicen que Madrid es la ciudad sin mar con mayor número de náufragos. Así fue como naufragué un 12 de octubre de 2015. Sin conocer a absolutamente nadie y con dos maletas aunque no repletas de ilusiones, como todo mundo dice.
Mis maletas venían cargadas de unas ganas inmensas de demostrarme a mí misma que era capaz de enfrentar la vida por mi propia cuenta. Entendí que mi valor no se encontraba en mi currículum, sino en todas las cualidades que quería enseñarle al mundo.
Durante estos cuatro años viviendo lejos de casa, me he querido rendir más veces de las que puedo recordar y siempre han habido manos, palabras y personas que me no me han permitido hacerlo.
He aprendido que quienes dejamos nuestro país buscamos el éxito pero no nos damos cuenta que lo experimentamos todos los días, sólo por el hecho de ser capaces de vivir en dos lugares al mismo tiempo, de tener el cuerpo en un sitio y el corazón y el alma en otro.
Pero hoy, Madrid, festejo nuestro cuarto aniversario. Se han ido muchos pero también ha llegado gente que se queda para siempre. Cuatro años vividos que me permiten recomendar al mundo a empezar de cero una y otra vez, las veces que sean necesarias. A veces tardamos en comprender que a la cima se puede llegar muy rápido pero es en el camino en donde se encuentra el desafío.
Mi cuerpo vive en Madrid, pero mis pensamientos trabajan siempre con siete horas de retraso para coincidir con el horario de Mérida. Esa ciudad anclada en el tiempo de la que extraño absolutamente todo. La misma que en nuestros reencuentros me da las fuerzas necesarias para seguir celebrando aniversarios en España.