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¡Llegó la hora de volar!

He aprendido a no contar mucho mis planes por aquello de que pueden no llegar a cumplirse. Pero hoy, es tanta mi emoción que me rebosa del cuerpo. Hoy comienza la más hermosa cuenta regresiva. Y, por primera vez, no es para un Clásico, para la final de la Champions o para cubrir un Mundial. Es probable que mi conteo regresivo te decepcione, pero si me has acompañado durante todos estos años en esta hermosa travesía lejos de casa, seguramente te cause al menos un poquito de emoción. 

Cuando decidí quedarme a vivir en Madrid, sabía que muy probablemente iba a tener que despedirme para siempre de mis abuelos desde la lejanía. Para quienes emigramos, este es uno de nuestros principales tormentos. No saber cuándo sucederá y no saber cómo nos tomará por sorpresa. No importa lo mucho que te prepares, nunca estás listo para recibir esa llamada. 

Seguramente pienses que tú mamá, es la mejor del mundo, normal, creo que todos lo pensamos. Hace unos días mi mejor amiga me contaba que había encontrado en Martukis (mi mamá), a la persona en la que se inspiraba para criar a sus dos niñas. Me decía que siempre se preguntaba: “¿Cómo lo haría Martukis?. Me explicó lo importante que había sido para ella ver la forma en la que mi mamá y yo nos llevamos y la forma en la que Martukis ejerció la maternidad con mi hermanita y conmigo.

Fue exigente, muchísimo. Recuerdo que un día íbamos llegando tarde a la Primaria porque no encontraba la falda del uniforme. Ese trayecto en coche hacia el colegio me regañó, hubo mucho llanto y me explicó que en la vida era importante hasta la forma en la que me ponía los calcetines. Que tenía que tratar que las costuras siempre estuvieran rectas y nunca torcidas. Esa frase se me quedó tatuada en la cabeza. Ahora creo que tal vez esto propició que mi grado de perfeccionismo sea enfermo. Pero mi mamá tenía razón, una vez más. En el mundo, desafortunadamente, te juzgan por como te ven. Me enseñó, entre muchas cosas, que había un tipo de ropa para ir a comer los domingos con mis abuelos, otro tipo de ropa para ir a un bautizo y esta vestimenta nada se parecía a la de un fin de semana en una discoteca, por lo que tenía que poner especial cuidado en saber cómo vestirme para cada ocasión. Me pedía estar en casa a las 2.00 de la mañana y yo le suplicaba a mi mejor amiga (que en aquellos, nuestros 17 años, era la única con coche) desde la 1.30, que me llevara de vuelta para que mi mamá no tuviera que pasar ningún disgusto. Pieri y yo siempre cumplimos. 

Me alegró el corazón escuchar a mi mejor amiga decir que mi mamá era su modelo a seguir porque si conoces a Martukis es muy probable que pienses que es esa mujer que hace “absolutamente todo bien” o al menos se esfuerza mucho en hacerlo. Fue mi madre la misma que me hizo uno de los regalos más grandes del mundo y ese fue el enorme privilegio de aprender a amar a mis abuelos. Ellos lo fueron, lo son y lo serán todo. Lo más grande y más bonito que pude tener.  

Así fue como mi mamá los cuidó, los procuró, los mimó, los amó por sobre todas las cosas. Así fue como mi mamá pasó años de su vida dedicada, primero a sus dos niñas, y después a tiempo completo a Abío y Mamía. Así fue como mi mamá dejó su vida a un lado para vivir la de sus amores más grandes. Así fue como mi mamá los puso primero a ellos, en un acto de amor inmenso de una hija hacia sus padres. Así fue como mi mamá les cerró los ojitos, primero a Abío y después, a Mamía. 

Yo, pacientemente, espere mi turno. La necesité todo el tiempo. Una hija a distancia nunca se acostumbra a estar lejos de casa, a estar lejos de mamá. Ser hija a distancia me hizo saber que mamá estaba ahí, la primera, cuando subía una foto o un video para decirme lo bonita que me veía. Ser hija a distancia me hizo saber que en una videollamada estaba aguardando el amor de mamá y ser hija a distancia me hizo esperar todas las noches en estos nueve años las bendiciones que Martukis tenía para mí.

Hoy, después de que mi mamá cumplió con sus padres, ha llegado el momento de volar. El sólo pensarlo hace que me explote el corazón. Hoy comienzo a tachar los días en el calendario para, por primera vez, recibir a mamá en este, mi nuevo hogar. En el lugar que yo elegí, en el que he tenido que encontrar donde refugiarme esperando pacientemente a los brazos de mi madre. Llegó el momento de volar para reencontrarnos. Mucho tiempo compartí todo lo que hacía y todo lo que veía para que mi madre pudiera conocer el mundo a través de mis ojos. 

Hoy, por fin llegó el momento de que Martukis pueda abrir los ojos al mundo y yo pueda tomarla de la mano y enseñarle lo bonito que es volar. 

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¡Viva la Gimnasia Rítmica de Yucatán!

No hay un deportista en el mundo que no sueñe con algún día estar en unos Juegos Olímpicos y en un par de días, el recuerdo de esa niña gimnasta que fui, cumplirá ese bonito sueño de estar dentro de un gimnasio viviendo estas Olimpiadas de París 2024.

Puedo contarles muchas historias, pero hoy quiero usar estas líneas para recordar y hablar del deporte que comí, bebí, sufrí y disfruté durante muchos años y de todas esas hermosas mujeres que lo compartieron conmigo y que han hecho grande la gimnasia rítmica mexicana.

Siempre he dicho que no hay que restarle mérito al hecho de patear una pelota, pero si el mundo se sentara al menos un día a ver un entrenamiento de rítmica, entendería la complejidad, el desgaste y lo injusto que muchas veces es nuestro deporte.

Hace muchos años que vivo fuera de casa y que estoy alejada de la Gimnasia Rítmica pero el amor por esta disciplina no se muere nunca, por el contrario, te acerca a lo que un día fuiste o más aún a lo que siempre has sido. Ahora estoy convencida de que si naces gimnasta te mueres gimnasta.

Hoy puedo asegurarles que ha habido muchas gimnastas yucatecas que se la pasaron picando piedra, que sacrificaron mucho, que dejaron horas de su vida por estar metidas dentro de esas cuatro paredes con techos altos pero que, al mismo tiempo, hoy se podrán dar cuenta que todo era mágico mientras pasaban horas y horas con sus compañeras que se volvieron hermanas lanzando aros, cuerdas, clavas y que al mismo tiempo estaban creando recuerdos maravillosos.

Hoy, estoy convencida de que las niñas que han pasado por cada uno de los gimnasios de Yucatán han hecho este deporte grande, pero más grande lo han hecho esas mujeres que también sacrificaron a sus familias por pasar horas en un gimnasio, las que citaron a las gimnastas un domingo para terminar una rutina, aquellas que diseñaron un traje de competencia, le pegaron piedras de swarovski, pelearon por alguna injusticia en la calificación de su niña durante alguna competencia, o lloraron de la impotencia cuando su alumna, después de darlo todo, entrenar hasta el cansancio y ser la más disciplinada falló al final del ejercicio.

Hoy quiero recordar a esas mujeres que se sintieron orgullosas porque a sus alumnas las llamaran las Reinas del Mayab, esas mujeres que lucharon por mantener ese título y esas mismas mujeres que sufrieron cuando otro estado de la República Mexicana nos quitó ese sitio, que por justicia histórica nos perteneció siempre.

Es verdad, estas entrenadoras, que son las verdaderas joyas de la corona en Yucatán, no siempre fueron mejores amigas, de hecho, y se lo atribuyo a tanta feromona junta, fueron protagonistas de las más grandes disputas deportivas que mis ojos pidieron ver: gritaban, levantaban la voz, azotaban puertas, peleaban porque a una le daban más que a la otra, buscaban superarse unas a otras y esa hermosa competencia fue la que cada día, sin ellas darse cuenta, fue haciéndolas mejores.

¿Tengo que decirles quiénes son?… Seguramente que si amas la gimnasia rítmica tanto como yo sepas de quienes te hablo.

Las gimnastas mexicanas, ya no solamente veremos las competencias de gimnasia de Olimpiadas por la televisión soñando con algún día estar ahí. El viernes 9 de agosto, a las 10 de la mañana Arena Le Chapelle de París, cuando el Conjunto Nacional de Gimnasia Rítmica conformado por las yucatecas Dalia Alcocer, Adirém Tejeda, Julia Gutiérrez, Kimberly Salazar y Sofía Flores pisen la alfombra de los Juegos Olímpicos, todos podremos levantar el pecho, aplaudir con ilusión, agitar la bandera de México con fuerza, y contener la respiración durante 150 segundos para después estallar de emoción cuando las veamos saludar a las gradas.

Esto va por todas ustedes, las de antes, las de ahora, las que vendrán. Por todas aquellas pequeñitas que, viendo por la televisión a estas cinco guerreras, se enamorarán de la Gimnasia y, por todas aquellas nuevas integrantes a nuestra estirpe.

No tengo ninguna duda, éste es el mejor deporte del mundo, ésta es la familia a la que pertenezco, de la que nunca me fui y de la que me siento tremendamente orgullosa de formar parte.

¡Viva la Gimnasia Rítmica de Yucatán! …. ¡Viva!

 

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¡Bienvenida a la vida!

Este 2024 recuperé a mi mejor amiga en dos ocasiones. Algunas veces tienes que recuperar a las personas porque las pierdes, y en otros momentos las recuperas porque vuelven a nacer. Y como tengo tanta suerte, a mi me tocó ambas.

Una vez, en primer año de preparatoria, mis compañeras de colegio me eligieron y en el fin de curso me dieron el premio a la “mejor amiga”. Nunca voy a olvidar que ese día nos recogieron los papás de Moni, otra amiga, y cuando les contamos emocionadas de mi premio, el tío Miguel Angel, su papá, me dijo que ése iba a ser uno de los premios mas importantes que iba a ganar en mi vida. No valoré esas palabras en aquel momento, pero hoy después de tantos años, estoy segura que no hay nada más bonito que ser buena amiga.

Creo que hubo un tiempo en el que no lo fui y ahí perdí a Pieri por primera vez. Nunca quise ser mala amiga y mucho menos quise hacerle daño, pero a veces, olvidamos que cada amistad es diferente y que cada una requiere de ti algo específico. Hay amistades que están ahí, que sobreviven a cualquier cosa y que cuando te reencuentras, el tiempo parece no haber pasado. Pero hay otras que necesitan de ti, que necesitan tu amor y tu cuidado, que necesitan que las riegues todos los días. No es que un tipo de amistad sea bueno y el otro malo, es que todos somos diferentes. Así era Pieri. Me necesitaba. Y yo, siempre he intentado que “ser amiga a la distancia” nunca se note. Pero ella necesitaba más. Y no importa lo mucho que crezcas, se puede llegar a ser inmaduro en cualquier momento. Nos enojamos, porque un día llegue a Mérida de visita y ella tenía ahí a su mejor amiga y yo no pude darle tiempo. Cada una tenía sus razones pero la inmadurez me hizo pensar que el orgullo tenía razón y pasamos mucho tiempo sin ser capaces de reaccionar.

Pasé muchos meses sin saber de ella. Sin ser capaz de levantar el teléfono y buscarla. Queriendo contarle que tenía un nuevo trabajo, que por fin tenía una nueva nacionalidad, y que la extrañaba todos los días.

Comencé el año con un mensaje que decía que mi Pieri, mi mejor amiga estaba enferma. Se me paralizó el corazón: lloré, me asusté, tuve mucho miedo. Ya la había perdido una vez, no podía perderla otra más. Hice lo que debí haber hecho muchos meses antes, levantar el teléfono. Y gracias a Dios, la recuperé.

En estos seis meses Pieri me lo enseñó todo. Me enseñó cómo luchar, cómo ser positiva, cómo no dejarte caer, cómo unir y como aguantar doce quimioterapias. A la distancia recordé lo que era quererla, lo importante que es en mi vida y lo mucho que me hacía falta. Me comenzó a alucinar esta Pieri que no conocía y que es cada día más amiga, más humana y más la persona que quiero tener siempre en mi vida.

Hoy, después de una dura lucha, mi Pieri está sana. Hoy, todo es alegría y a 10,000 kilómetros de distancia mi corazón rebosa de felicidad. Hoy, podrá ver crecer a sus niñas, podrá bailar, viajar, comer, disfrutar, y hacer lo que una mujer a su corta edad puede hacer. ¡Vivir!

Mi mejor amiga volvió a nacer y así la recuperé por segunda vez. Hoy terminó el examen más difícil de su vida y ahora solo nos queda hacer posible que cada día sea una perfecta Graduación.

¡Bienvenida a la vida! Te Amo profundamente.