La pasión de los yucatecos por el Béisbol

 

 

No hubo quinta estrella. Los Leones de Yucatán no regresaron a casa siendo campeones de la Liga Mexicana de Béisbol, pero lograron ilusionarnos y al menos a mí me emocionaron a 10 mil kilómetros de distancia.

Para quienes no saben, el arraigo deportivo del béisbol con el yucateco es grande. Es un deporte con tradición en el que si la gente no asiste al estadio Kukulcán, lo ve por la tele o lo escucha por la radio.

Mi madre piensa que estoy muy loca por ver los partidos a las 4 de la mañana y es que la diferencia horaria es de 7 horas entre un país y otro. Sin embargo, sé que algún día comprenderá que lo que me separa de Yucatán, más allá de ese gigantesco mar Atlántico, es esa diferencia en las horas, por lo que siempre he tratado de que nunca sean impedimento para poder estar en contacto con todo lo que amo.

Antes de venir a estudiar el máster en periodismo, le pedí a mis compañeros de la prensa, con los que compartía muchos eventos y muchas horas, que me enseñaran a anotar béisbol. Quería tener ese plus de poder escribir sobre este deporte que al menos a los yucatecos nos apasiona tanto.

Si tengo que contar la verdad, no sirvió de mucho, porque aquí en España el deporte casi ni se conoce. Encuentran aburrido el hecho de mirar un juego de béisbol por más de 3 horas. No conciben la idea de que «hayan jugadores gorditos» corriendo y jamás puedes encontrarte un partido en la televisión. Es como si no existiera.

Pero al menos en mi caso, el béisbol ha sido más que un deporte. Lo he disfrutado con familiares y amigos. He gozado de una noche en el estadio comiendo, cantando y celebrando los triunfos de nuestro equipo y he tenido la oportunidad de cubrirlo como medio de comunicación.

Lo tenemos impregnado hasta los huesos. Lo jugamos durante el recreo cuando somos pequeños, en la playa mientras transcurren las vacaciones y en mi caso, lo hacíamos en casa justo al terminar de comer.

Hay una particular escena de mi vida, de las muchas que tengo guardadas en mi archivo mental que recuerdo con especial cariño. Por supuesto, en muchas de ellas, el protagonista siempre ha sido mi abuelo.

Después de la infinita sobremesa en la que hablábamos de todo, iba corriendo por un bate color naranja. Cruzaba la piscina y le gritaba con todas mis fuerzas «ya estoy lista».

En casa de mis abuelos abundaban los árboles de limones, entonces mi Abío los recogía, me los lanzaba y yo los bateaba súper lejos. Algunos entraban directamente a la casa, rebotaban contra las ventanas y teníamos que escuchar los gritos de mi madre y de mi abuela mientras Abío y yo nos carcajeábamos. Y así, todos los días.

Quién me iba a decir que ahora que vivo en Madrid, valoraría tanto esos limones que aquí se venden al precio del oro. Ahora, cada vez que regreso a Mérida  de vacaciones, sacamos el bate naranja y repetimos la escena.

Me dice mi madre que Abío, mi abuelo de 87 años, guarda ese bate como si fuera un tesoro en el clóset de su cuarto, seguramente, al igual que yo, tiene guardados esos recuerdos en la mente y en el corazón. Es muy probable que el sentimiento sea igual al de su nieta y que esté a la espera de ese momento en el que nos volvamos a encontrar y  disfrutemos del béisbol como sólo nosotros sabemos hacerlo.

 

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