Cuando tuve una relación con el running

Siempre he creído que al running llegas por dos motivos principales. El primero, por querer verte bien físicamente. El segundo, por una fuerte depresión combinado con un deseo de correr para olvidar. Este último, fue mi caso.

Hace unos cuantos años, sentía que se me acababa el mundo. Y, encontré en el atletismo, el mejor escape para todos los problemas que tenía en aquel entonces. Correr comenzaba a ser la droga que estaba de moda. Las carreras de los domingos estaban a reventar y además era una excelente oportunidad para hacer nuevos amigos, la recomendación más grande que puedo darte para cuando quieres bajarte de la vida.

Lo primero que hice fue inscribirme a un equipo, el de Fernando Saavedra. Tenías la opción de entrenar muy temprano por la mañana o por la noche. La realidad es que en Mérida (México), hace demasiado calor y despertamos muy pronto, a diferencia de lo que sucede en Europa.

Si el entrenamiento era por la mañana, intentaba estar antes de las 6:00 am en el estadio Salvador Alvarado para que el sol no pegara tan fuerte. Y, si era por las noches el horario en el que se reunía todo el equipo era a las 8:00 pm.

Pasaban los días y yo cada vez me veía más inmersa en ese mundo. Recuerdo bien que durante esos meses, mis compras favoritas eran tennis, mallas, calcetas compresoras y un reloj que midiera la velocidad y los kilómetros que hacía cada día.

Creo que debo haber preocupado demasiado a mi madre con mi nueva afición, porque muchas veces la vi sentada en las gradas mirándome atentamente mientras le daba infinitas vuelvas a la pista de ese estadio. Ahora me cuenta que sólo estaba esperando el momento en el que me iba a tener que llevar al hospital cuando callera desmayada. Afortunadamente, eso nunca sucedió.

Pero el running fue la única pastilla natural que encontré para poder dormir todos los días. Llegaba tan cansada a casa por los entrenamientos, los fondos, los ejercicios de resistencia y de velocidad, que no había tiempo para pensar.

No siempre fue fácil. Tengo que confesar que hubo muchas veces en las que mi alarma sonaba por las mañanas y deseaba que Kiki, no despertara.  Jamás pasó. Siempre tienes que tratar de hacer ejercicio con alguien que tenga mucho más fuerza de voluntad que tú. Así es mi amiga Kiki. Y, fue ella la que por muchos meses tiró de mí. Hasta que un día nos vimos haciendo un fondo de 18 kilómetros. En ese momento comprendí que mi mente era capaz de hacer cualquier cosa.

Siempre he creído que el deporte tiene un poder sanador. Al menos a mí, siempre me ha resucitado. Cuando llegué a Madrid dejé a un lado el atletismo. Lo intenté varias veces pero las condiciones del clima y la falta de una Kiki que me motivara, hicieron que olvidara lo bien que me hacía correr.

Y, fue hasta el 31 de diciembre, tres años después, en la tradicional carrera San Silvestre Vallecana de Madrid, que me reencontré con el sonido de mis pasos. Corrí 10 km con muchísimo frío. Vi gente apoyando durante todo el recorrido y volví a sentir la emoción de cruzar una meta.

Son placeres, pequeñitos, que sólo experimentas cuando el deporte se vuelve protagonista en tu vida. Si me permites una recomendación, vuélvete runner. Desgasta tennis, investiga si tu pisada es supinadora o pronadora, invierte tu dinero en inscripciones de carreras, ten nuevos amigos con los que compartas la misma pasión y corre, no pares de correr. Estarás frente al primer paso para sentirte libre, y eso, vale cualquier esfuerzo.

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