Porque no es necesario odiar a uno para alabar al otro

 

 

Recuerdo ese 12 de abril de 2016 cuando pisé por primera vez el Santiago Bernabéu. Y, lo tengo grabado en la memoria porque esa noche fui testigo de un poquito de historia. Llevaba seis meses viviendo en Madrid y no me decidía a qué partido asistir porque quería que fuera uno que no se me olvidara nunca.

Alguna vez pisé el estadio Azteca en una eliminatoria de México  previa al mundial y me pareció fascinante. Sabía que mi primera vez en el Bernabéu tenía que superar esa sensación o al menos igualarla.

En la ida de los cuartos de final de la Champions de aquel entonces, el Madrid había caído en el Wolfsburg Arena 2-0 ante el equipo alemán. Y la vuelta se jugaba precisamente esa noche en el Bernabéu.

Viviendo toda mi vida del otro lado del océano, escuché infinitas veces que la Champions en la casa blanca se vive diferente. Que no sólo el equipo se transforma sino que también lo hace la afición y, que las noches de remontada tienen un toque de magia.

Invertí 70 euros para experimentar por primera vez el sonido del himno de la Champions League y la mítica forma en la que se agita fuertemente la bandera de la UEFA al compás de los acordes.  Sin duda alguna, era el mejor día para vivir la experiencia.

Cristiano Ronaldo anotó tres, pasó a semifinales y puso de cabeza al estadio. Lo demás es un cuento con final feliz. Fueron campeones una y otra y otra vez. Esa noche comprendí, que era inútil compararlo con nadie, no hacía falta. Estábamos viviendo una época de oro en el mundo del fútbol, una lucha épica entre Messi y CR7 en la que no es necesario alabar a uno y odiar al otro.

En el Juventus Stadium hace dos días, se volvió a escribir la misma historia y el protagonista fue nuevamente, el portugués. La eliminatoria ante el Atlético de Madrid, para muchos casi finalizada, dio un giro abrupto con tres anotaciones de CR7, y así, el hombre más decisivo en la Champions consiguió un boleto a los cuartos de final.

Pero, ¿quiénes perdieron con la partida de Cristiano?. El Madrid, por supuesto, que por casi nada vendió a su gran estrella, al hombre sus últimas cuatro Champions y al máximo goleador en su historia. Y, como en el amor, el cuadro blanco se quedó sin su media naranja, y dejó de funcionar. Perdió la esencia y el alma.

Puede caerte bien o mal, sus festejos pueden ser desatinados y su arrogancia es posible que no le guste a nadie pero el hombre es una leyenda.  Si en su mente cruza hacer tres goles, lo dice y lo hace. A día de hoy no ha cambiado mucho la película, me parece que solo ha cambiado de equipo.

Lo que sí es verdad, es que el fútbol español extraña esos clásicos entre los dos más grandes del mundo. Aunque ahora mismo, la moneda está en el aire y si los astros se alinean para que podamos disfrutar de una batalla entre gigantes, el primero de junio en el Wanda Metropolitano, quizás, ¿por qué no?, podamos ver una vez más a Cristiano y a Messi enfrentarse  en esa innecesaria lucha mediática por descubrir quién es el mejor, y donde no se valora aún que el solo verlos jugar ya es un privilegio.

Por: Paola Herrera Rodríguez.

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