Doce años para triunfar

Hace un par de meses, veía en alguna de mis redes sociales a una periodista deportiva a la que felicitaban porque había logrado su sueño de transmitir los partidos a pie de cancha en su natal Puebla, tras doce años preparándose.

Casualmente y gracias a que tenemos algunos de los canales mexicanos en la televisión de nuestra casa, pude ver el debut de la chica que lo hizo estupendamente bien y que en cada palabra demostró mucho talento, como si se hubiera preparado toda la vida para ese momento.

Algunos días después y por mera coincidencia, hice un viaje con mi pareja a Mallorca y cenamos en el restaurante de Rafa Nadal. Como amantes del deporte, una de las cosas que más comparto con él, no podíamos irnos de ahí sin conocer ese lugar, sobretodo porque nos habían contado que muchas noches el tenista suele cenar ahí.

No corrimos con buena suerte, pero esa noche vino a nuestra mesa el encargado del restaurante y la experiencia al menos para mí fue bastante especial. Platicando con él y con mucho orgullo nos contó que era el gerente y que le tomó doce años, desde hace 16 que emigró, convertirse en el máximo responsable y en la cara visible de ese lugar. Un lugar precioso, con unas vistas espectaculares y con una magia que entre sus velas y el sonido del mar te envuelve en una ambiente único.

Abandonó su país cuando era muy joven, ni siquiera sabía que Mallorca era una isla cuando decidió emigrar de Venezuela y comenzó en ese mismo restaurante limpiando los cubiertos. Poco a poco fue escalando hasta doce años después convertirse en el gerente. Con mucha humildad y mucho orgullo nos contó que valoraba el camino recorrido y que disfrutaba el hecho de poder darse la vuelta y decirle a sus empleados: “no estás limpiando bien esos cubiertos o no estás siendo un buen camarero” con total conocimiento de causa.

Justo en ese momento me pregunté ¿Cuánto tiempo estamos dispuestos a esperar para poder cumplir nuestros sueños o para alcanzar el éxito? Siempre se nos dice que es necesario disfrutar el camino, pero ¿Realmente somos capaces de disfrutarlo o estamos obsesionados por llegar a donde queremos llegar? ¿Se logra?, o es que a veces nos aferramos a algo que no es para nosotros.

Muchísimas preguntas que al menos yo me cuestiono 20 veces al mes, por lo menos.

Y llegó hasta aquí para contarte que en algunas ocasiones el empujón viene de donde menos te lo imaginas y llega siempre en el momento justo, cuando más falta te hace.

El fin de semana me reuní con una amiga, que es esposa de uno de los personajes relacionados con el deporte más importantes de México. Tenemos muy buena relación y cuando vives lejos siempre se disfruta platicar con alguien que hable tu mismo idioma y sobretodo que entienda tus mismas quejas.

Como en tantas de mis pláticas y tengo que decir que frecuentes, le comentaba que ya estaba un poco cansada por la situación, por la falta de oportunidades en el área periodística, por lo mucho que se lucha estando lejos de casa, y le hice mi pregunta más frecuente, si es que ella creía que tanto esfuerzo vale la pena.

Y en medio de un bajón evidente, le vi una sonrisa gigante en la cara y me dijo: «Pao, no te he contado algo». La semana anterior, había estado en Polonia con su esposo y uno de sus hijos. Dio la casualidad, que en el país polaco vive uno de los amigos de su hijo mediano y aprovecharon para reunirse con él y saludarlo.

Resulta también que ese mexicano viviendo en Polonia conoce a mi pareja y les preguntó qué tal estaba. Nuestros amigos le contaron que desde hace un par de años tiene una relación con una mexicana, que se llama Paola y que vivimos en Madrid.

La sorpresa viene en este preciso momento. El mexicano polaco por llamarlo de una forma, les preguntó ¿No será Paola Herrera, no? y contestaron, ¡sí!, ¡así se llama!, ¿la conoces?

A lo que él respondió: «Pues yo sigo a esa chica, me gusta mucho lo que escribe y las entrevistas que hace”.

Yo creo que no es ella, contestó el esposo, un poco incrédulo, justo como estaba yo en el momento en el que me lo estaban contando. Y el chico polaco mexicano les enseñó una foto mía de mi instagram.

Regresé a mi casa feliz, pensando que había una persona en un lugar lejano a mí, con el que no comparto absolutamente nada, pero que a la vez compartimos algo que yo hago y que a él le gusta.

Revisé todos y cada uno de mis contactos hasta que por fin, lo encontré. Quería convencerme de que esa historia era real. He querido en varias ocasiones escribirle y darle las gracias porque aún sin saberlo me ha regalado una inyección de energía que llegó de donde menos lo imaginé.

No me atreví, pero quiero regalarle este texto. Uno que llega después de muchos meses de sequía y de poca inspiración para agradecerle lo que ha hecho por mi y lo que yo quiero hacer por los demás. Tal vez nos tardemos 12 años en lograrlo pero estoy convencida de que ahí a lo lejos, donde menos te lo esperas, hay alguien que disfruta de lo que tú haces y quiero creer hasta el final que nunca fracasaron las inmensas ganas y la constancia.

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