Me declaro culpable

Ya son cinco años soplando velas en España. Cinco años en los que ni mi mamá ni mi hermana me despiertan cantando las mañanitas. Cinco años desde que tomé las riendas de mi vida y me alejé de casa, para tener la oportunidad de construir mi propio hogar.
 
Si pudiera hacerme un regalo por mi cumpleaños, sería la capacidad de cambiar mis pensamientos. Reconozco, que éstos se han ido moldeando a todo lo que se me va presentando en la vida, desde el momento en el que dejé Mérida.
 
Me declaro culpable de haber siempre querido vivir en una casa de 15×30 mts, con jardín para colocar dos porterías y ver jugar fútbol a los niños, con piscina y estacionamiento para 4 vehículos aunque solo tuviera uno. Admito que la vida te arrastra y que comienzas a querer tener lo mismo que tus amigas tienen. Y esto me pasó con mucha frecuencia.
 
Pero cuando llegué a España, en mi soledad, donde no tenía a nadie que me dijera que lo estaba haciendo bien o mal, ahí me di cuenta que en un espacio de 3×3, pequeñito, donde apenas entraban mis cosas, era feliz.
 
Me di cuenta que en la vida no se necesita más que el lugar en el que te sientes libre y donde puedes escuchar tus propios pensamientos. Y son esos mismos pensamientos los que infinitas veces, si te descuidas, te destruyen.
 
Muchas personas me dicen que Madrid me hace bien y que me ven muy feliz. No voy a negar que muchas veces lucho contra mi cabeza para hacerme entender que estoy bien, que vivo cosas lindas y envidiables y, que estar lejos de la familia es un sacrificio que seguro tendrá alguna recompensa, aunque los días malos sean inevitables.
 
El disco más vendido de Shakira tiene una canción que se llama precisamente así, «inevitable» y en uno de sus versos, se resume a la perfección lo que se vive cuando estás lejos de casa: «La verdad es que también lloro una vez al mes sobre todo cuando hay frío».
 
Y lloro.Lloro mucho. Y al menos una vez alguien tiene que recordarme que la felicidad está en el camino y no en el resultado. Al menos una vez al mes alguien me tiene que ayudar a salir de la cama y recordarme que la vida es maravillosa por todo lo que tengo y no por lo que me hace falta.
 
Dicen que las personas no cambian y que no hay que intentar cambiar a nadie. Pero yo hoy, en vísperas de mi cumpleaños, me regalo ese gran poder. El de cambiar mis pensamientos. El de convertir esa cortina negra que a veces me abruma en un abanico de posibilidades.
 
Me regalo la tranquilidad de poder disfrutar el camino, porque sé que a lo lejos, mientras yo los extraño, ellos se alegran con cada ladrillo que con tanto esfuerzo le pongo a mi castillo.
 
No sé si será grande o pequeñito, pero de lo que estoy convencida, es que en la página final del libro de mi vida, justo en la última línea se leerá algo así como: «Esta niña, no se rindió nunca».
 

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